“EL ARTISTA” de Joaquín Carbonell

El 18 de mayo de 1961 Viridiana, de Luis Buñuel, conquista en Cannes la Palma de Oro.
El rodaje celebrado en Madrid supuso un cúmulo de asombrosas y surrealistas incidencias.
El gerente de la productora (UNINCI), Domingo Dominguín, conocido comunista, fué capaz de reunir en su casa, a la misma hora (pero en habitaciones distintas) a Jorge Semprún, líder del PCE en el exilio y a José Antonio Girón, exministro de Franco.

Antonio Zaera, Antuan, un muchacho de Andorra (Teruel), nieto e hijo de mineros, camarero en Sitges, leyó en La Vanguardia que Luis Buñuel iba a rodar en Madrid.
Esta era su oportunidad de convertirse en artista de cine. Al fin y al cabo, Buñuel era de Calanda, un pueblo vecino del suyo. No podía fallar.

El Artista nos sumerge en el apasionante rodaje de Viridiana, y nos invita de paso a conocer el Madrid de aquella década de los 60, convulsionada por una sociedad que deseaba escapar de aquella jaula de prohibiciones, morales caducas, y persecuciones políticas.
Todo vigilado por una Iglesia anclada en una enfermiza obsesión por el sexo.

Junto a esa España chata y amarga, bullía un Madrid de actores e intelectuales.
Por allí circulaban Paco Rabal, Fernando F. Gómez, Luis Miguel Dominguín (padre del cantante Miguel Bosé), Orson Welles, Hemingway, Frank Sinatra, y Ava Gardner, sumidos en una vorágine de fiestas y alcohol sin límite, que eran reflejadas por la plumilla despierta de jóvenes reporteros como Raúl del Pozo…

El Artista es el retrato fiel de esa década, pero es también una novela de epifanía e iniciación.
La que goza y padece Antonio Antuan, el protagonista, que se ve impulsado a crecer en un ambiente artístico y mundano, tan alejado del clima de contención y vigilancia que conocía en su pueblo.
Amistades nacidas de la repulsa a la dictadura, compañerismo, sexo desesperado, se unen a un desenlace inesperado que deja el lector sobresaltado, incrédulo ante ese final que rompe el curso de la novela que tiene en las manos.

El Artista plantea un dilema que pesa sobre las espaldas de este muchacho de Andorra: la carga de un destino que se ve infectado por las expectativas que su pueblo ha depositado en la carrera de este vocacional actor.
Los hijos de localidades pequeñas, que han logrado escapar del agobiante clima de control, conocen esta palpitación.
Antonio Zaera quiere ser el protagonista que su pueblo anhela, el “artista” local.
Y para ello, no duda, a veces, en acomodar la realidad a sus propios sueños.